
Supe entonces que era un ángel vengador, un ángel malvado que se introdujo en mi mente.
Quise desprenderme de él pero me fue imposible.
Me besó mientras lloraba y calmó mi tristeza y prometió no dejarme nunca. Y no lo hizo.
Arrodillada frente al espejo, vi mi cara como se deformaba y el rostro del ángel se convirtió en mi máscara.
Con voz dulce habló por mí.
Con eterna soledad me acompaña.
Siempre sola y siempre con otra parte de mi ser.
Parte oculta dentro de mi vientre, quiere salir y arde en llamas.
Arrodillada, siempre arrodillada a merced del ángel.
A merced de mi ángel cautivante, temeroso y amado, lejano y cercano.
Me encierra dentro de sus alas y me mece al ritmo de su dulce canto
que me lleva al más allá y no me deja volver.
La inocencia se ha perdido para siempre dentro de mí.
La niñez que dormía tranquila dentro mío se ha despertado y se ha ido.
Ahora sólo convive el ángel con mi alma.
Las tinieblas con las que convivo arden en llamas doradas.
Han despertado con el ángel.
Me queman y no dejarán de hacerlo, no mientras les tema y las ame.
No mientras las siga llamando desde lo más profundo de mi ser y sigan surgiendo fuertes.
Cada vez mi alma más pequeña, se desvanece tras las llamas.
Me grita desesperadamente y no logro o no quiero escucharla.
El ángel es parte de mí y yo le pertenezco.
Por siempre, hasta que juntos nos devoremos el uno al otro, hasta la muerte,
Por siempre en las tinieblas de la eternidad. Esta es mi condena.
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