jueves, agosto 24, 2006

Una luz, un foco, una vela, un tesoro.

Tomó la luz, esa luz dentro de su ser. Con una mano apretó la luz y dejó que se escapara por entre medio de sus dedos. Lo apagó completamente. Aquello era suyo y se había escapado sin mirar atrás.
Se sintió absorbido por una oscuridad que lo empujaba cada vez más dentro de sí.
Había tratado de escapar de esa oscuridad pero esta vez dejo que le quitaran su luz.
Salió en busca del culpable, de aquella mano que le había arrebatado todo lo que tenía.
Aquella mano volvió a buscarlo, una y otra vez, y cada vez se llevaba algo nuevo.
No podía pararlo. Era mas fuerte. Dependía de esa mano. La esperaba todas las noches, en su oscuridad para que apareciera, siempre pensando que vendría a devolverle su luz.
Sabia que se había escapado y que ni siquiera la mano sabia donde estaba, pero igual esperaba deseoso.
No importaba cuanta cosa le quitara, sólo quería su luz.
Pensaba que dejándole llevar todo el resto le devolvería su luz.
Un día llego la mano a encontrarse sólo con sus ojos. Tristes y pálidos ojos que miraban hacia la eternidad oscura.
Con los ojos trató de explicarle su último deseo. La mano entendió, pero igual se llevó su mirada consigo.
Quedó así la nada y sólo su recuerdo de todo lo que había sido. Su recuerdo era inquitable y era lo único que de verdad no quería. Así no recordaría nada sobre tiempos remotos y luces flamantes, ni miradas probativas sobre la tristeza de si mismo.
Su recuerdo perduraba, en la oscuridad.
Y ésta se apiadó de él y lo tomó rehén en el tiempo.
No dejó que se vaya pero lo tomo bajo su ser y convivieron juntos en la eternidad de la tristeza misma.

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